¿Cómo andas?

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lunes, 27 de septiembre de 2010

Cuenta Regresiva.

Sí, volví. Hace muucho tiempo no subo una entrada a este blog, porque no se me ocurría nada, y con el tiempo, se me fué olvidando que existia. Para pasar el rato, estube haciendo cuentos, y los compratiré con ustedes :D.

Veinticuatro. Veintitrés. Veintidós. Jeff observó nerviosamente el tablero. No podía ocultárselo: el temor, la angustia, le poseían en esos instantes. –“Siempre lo mismo” – se dijo- Incapacidad de dominarse: “¡Si esto se supiera!”-.
Guardaba el secreto con vergüenza y se prometía no confesar jamás esa pequeña debilidad inexplicable en un hombre ya de años.
Algo podría ocurrir… el resorte que falla, la conexión del complicado mecanismo se quema, una tuerca desaparece… ¿Y entonces?
Diecinueve. Dieciocho. Diecisiete. Y ese leve temblor, como si el artefacto fuera a desprenderse de sus soportes, el temblor se confundía con los latidos de su corazón.
Sin embargo, la lucecilla verde le señalaba, desde el tablero, que todo iba bien. El mecanismo cumplía su programa y así lo indicaba.
Los números pasaban con un ritmo parejo. Catorce. Trece. Doce. Once.
El momento estaba próximo. Se sentiría profundamente aliviado cuando llegara el instante final. Nueve.
Hubo un sacudimiento algo mayor, premonitorio. La pequeña luz verde parpadeó, se extinguió. En la oscuridad repentina, se ve lo peor posible, la luz roja: ¡PELIGRO!
Algo anda mal. Se hizo un silencio de metal en reposo, el silencio, el silencio de la soledad, el encierro. En la noche profunda del hermético recinto.
Solo la luz de la alerta, señalando el desperfecto, ¡quién sabe que imprevista situación!
Jeff comenzó a sudar frío. Buscó el tablero, los entre botones, el de alerta. Sabía que debía saber dónde estaba, bien visible a la luz, palpable a la sombra, el botón del que dependía en ese momento, el contacto con el exterior, la salvación.
Los dedos no daban con él, perdía su sentido del tacto, buscaba, buscaba.
De pronto, casi inesperado ya, un tenue zumbido. Luz nuevamente. Se extinguió la luz roja, parpadeó levemente la luz verde, y luego adquirió firmeza.
Jeff sacudió la cabeza, empapada en sudor, mientras se reanudaba el desfile de números.
Ocho. Siete. Seis. Cinco. Ahora la angustia era infinita, aplastante.
Cuatro. Tres. Dos. ¡Ahora! El momento final, la crisis. Apretó los músculos, clavo los ojos mirando hacia adelante con agonía.
Uno. Las puertas se abrieron con suavidad. Jeff salió de salto, atropellando a los que esperaban.
“Demonios -se dijo- ¿Nunca le perderé el miedo a los ascensores?”

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